lunes, 14 de noviembre de 2011

Childe Hassam: Pintor de la luz

                                    Geranios / 1888, óleo sobre tela. Geranios: Clolección Hyde, Glenns Falls, Nueva York.

En 1889, un joven pintor norteamericano llamado Childe Hassam se mudó a un estudio, en París, cuyo último inquilino había sido un hombre al que el conserje describió como "un pintor chiflado".
El desconocido dejó varios cuadros que a Hassam le parecieron "muy buenos [...] tan hermosos, y de factura tan suelta y hábil, como se pueda imaginar". "Ese artista perseguía lo mismo que yo", concluyó. No fue hasta varios años después cuando supo quién era  el "pintor chiflado": Pierre Auguste Renoir.

Lo que Hassam y Renoir perseguían  era una efecto casi inalcanzable: no limitarse a representar un atardecer o una flor, sino plasmar en el lienzo la atmósfera del momento, la esencia misma del sentimiento que inspiran al artista el atardecer y la flor. En cierta ocasión Hassam llamó a esto "pintar la luz y el aire".

Árboles en Flor / 1882, acuarela sobre papel.  Árboles en Flor: Museo de Bellas Artes de Boston; legado de Kathleen Rothe.

Cada uno de ellos alcanzó su propósito a su manera, pero ambos como exponentes del impresionismo. 
Hassam nunca se consideró seguidor de esta escuela, pero hoy se le reconoce como el más grande impresionista de Estados Unidos.

Nacido en Massachusetts en 1859, Hassam se inició en el arte como ilustrador de revistas. Empezó a pintar alrededor de 1880, y avanzó ininterrumpidamente del autoaprendizaje a la instrucción formal, y de ésta al refinamiento constante de su genio.

No es fácil aquilatar ahora la poderosa influencia que Hassam ejerció en la pintura norteamericana del primer tercio del siglo XX.
Ganó muchos premios; sus telas alcanzaban precios exhorbitantes, y museos y comerciantes se las disputaban ávidamente. Cuando murió, en 1935, dejó una obra descomunal, constituida por cientos de piezas.

Hassam profesaba un gran desprecio por los críticos ("bobalicones del arte" a su juicio) y una oposición furiosa al modernismo ("atrocidades amorfas"), pero su firme convicción de que la pintura debe ir dirigida más a las emociones que al intelecto se tradujo en deslumbrantes lienzos que han cautivado al público y a los coleccionistas.

Día del Gran Premio / 1887 - 1888, óleo sobre tela. Museo de Bellas Artes de Boston; Fondo Ernest Wadsworth Longfellow.

Su biógrafa, Adeline Adams, lo llamó atinadamente "un buscador de la luz y de los cielos resplandecientes".
En efecto, la luz lo fascinaba en cualquiera de sus formas: el brillo festivo de las tardes de verano y otoño, la lóbrega palidez de un cielo encapotado, el claroscuro de una ventana o el fulgor derramado por una farola sobre una calle cubierta de nieve.

Feria rural en Nueva Inglaterra (Fiesta de la cosecha en una aldea de Nueva Inglaterra), 1890, óleo sobre tela. Fondo Ernest Wadsworth Longfellow.

Contra la costumbre de su época, Hassam prefería los temas contemporáneos a los históricos y clásicos. Aunque representó con maestría el mar, interiores inundados de sol y paisajes rurales, su verdadera pasión eran la ciudades. Como él mismo decía: "Hay que retratar el alma de una ciudad con tanto esmero como la de un modelo". Así, nos legó impresionantes y evocadoras imágenes del Boston, el Chicago, el Londres y el París de fines del siglo XIX y principios del XX. Pero los más conocidos son quizás sus cuadros de Nueva York, ciudad de cuyo portentoso crecimiento fue cronista, cuando los rascacielos comenzaron a proliferar y a lanzarse impetuosamente hacia las alturas.

   El cuarto de las flores, 1884, óleo sobre tela. Colección privada.

"Vistos en conjunto, con sus angulosas siluetas apuntando hacia las nubes y perdiéndose suavemente en la lejanía, los rascacielos son realmente hermosos", observó una vez. El contraste de esta dura geometría con la luz, la niebla y otros fenómenos naturales captó su interés en una época en que repugnaba a otros pintores.
Hassam también se interesó por la vida íntima de la ciudad. "A veces dejo de pintar un árbol o un edificio para bosquejar una figura o un grupo que me llama la atención y que hay que captar en seguida o se habrán ido para siempre". Esto confiere a su obra una inmediatez. Sus conocidos "cuadros de banderas", como El Día de los Aliados, mayo de 1917 o Banderas en la Calle 57, aún despiertan interés, pero otras imágenes - el muchacho recadero que camina por una calle nevada, la multitud que está de compras en la Quinta Avenida o los cabriolés que se apiñan en la Plaza Madison un día de primavera - son igualmente llamativas.

     Sofá en el pórtico, Cos Cob, 1914, óleo sobre tela.

Hombre de energía al parecer inagotable, Hassam pintaba dondequiera que se encontrara: ante una ventana, en la playa o en una calle azotada por la lluvia. La extensa obra resultante demuestra su gran amplitud de temas y enfoques, que van de la cálida y soleada belleza de los Geranios (1888) y el esplendor verdiazul de la Feria rural en Nueva Inglaterra (1890), hasta el vívido y asombroso Jardín de la señora Hassam en East Hampton (1934), uno de sus últimos cuadros.

Aunque Hassam apreciaba la obra de los grandes maestros, fuese cual fuese su nacionalidad, era un incansable defensor de lo de su país, a quienes, en su opinión, las instituciones del arte no otorgaban el reconocimiento que merecían. "Tenemos un arte nacional", decía. "Respetémoslo". Hassam sigue ocupando el sitio de honor en el nutrido grupo de pintores norteamericanos admirados en todo el mundo.
Ralph Kinney Bennett

No hay comentarios: