lunes, 4 de julio de 2011

Dibujado por Kafka: el hombre


BARCELONA, ESPAÑA. - Una mañana otoñal de hace cien años Kafka reconstruyó por enésima vez un paréntesis onírico de sus noches insomnes. Había soñado con un cuadro de Ingres que identificó con “Las muchachas en el bosque de los mil espejos”, cuyo título definitivo es “La edad de oro”. De aquella imagen quedó grabada en su mente una muchacha desnuda, de pie y apoyada en una pierna sacando hacia fuera la cadera. En las anotaciones de su diario, que aliñaba con croquis y dibujos, elogió la maestría de Ingres, “aunque en el fondo yo constataba con satisfacción que en aquella muchacha quedaba demasiada desnudez verdadera, incluso para el sentido del tacto. De un lugar que ella tapaba salía el resplandor de una luz pálida y amarillenta”.



No era la primera vez que el arte situaba al escritor checo frente a la dualidad torturadora: de una parte, los días anodinos del Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo, sus dubitaciones en el mundo del sexo, las infinitas cartas a Felice y luego a Milena, la imposible conjunción de la escritura con el matrimonio, la tuberculosis, la debilidad física frente al padre robusto y autoritario, los castillos del insomnio.... De la otra, las conversaciones con sus amigos Janouch y Brod. En los últimos años, la figura canónica del escritor amargado ha dado paso, como afirma Klaus Wagenbach, a un Kafka “guapo, alto y esbelto”, cultivador del sentido del humor, practicante de la equitación, la natación, el remo y el naturismo y el nudismo (en una ocasión, un pintor propuso a Kafka que posara para hacer de él un San Sebastián flechado).


Reconozcamos al Kafka quinceañero que desvela una temprana vocación por el dibujo ante la tienda de un marchante de arte. Dos cuadros en el escaparate: uno representa una pareja, hombre y mujer a punto de suicidarse; en el otro, el jabalí que debía ser cazado sorprende a sus cazadores. Algo de iniciático debían tener aquellos dos lienzos para que Kafka se matriculara poco después en Bellas Artes, aunque al final se decantara por la carrera de Derecho.
Como explica el holandérs Niels Bokhove, recopilador con Marijke van Dorst de los dibujos de Kafka, que ahora ven la luz en la edición española de Sexto Piso, Max Brod conservó los dibujos del artista adolescente; en 1905 contactó con el grupo Osma (Los ocho) y les presentó al Kafka veinteañero como “un gran artista”.


Un Kafka dibujante o dibujado que en su obra póstuma “El proceso” columbró en el arte una posible liberación de la pesadilla burocrática en el personaje de Titorelli, paisajista y retratista de juzgados. Siguiendo el consejo de uno de los clientes del banco, un apesadumbrado Kafka en otro otoño de copos de nieve va en busca de aquel artista que compensa los precios míseros de sus cuadros con la información privilegiada de la vida judicial. Tras sus conversaciones con Titorelli, Kafka creyó “que entendía mejor a esas personas del Tribunal, incluso que podría jugar con ellas…” Los cuarenta bocetos, que Bokhove y Van Dorstacompañan de acotaciones originales del escritor checo o de fragmentos de sus obras, basculan entre el expresionismo y el absurdo: siluetas espigadas a lo Giacometti: en actitud pensante, practicando la esgrima o dobladas sobre la mesa. “Su pensamiento se construía en forma de imágenes”, advirtió Brod. Nunca el arte fue tanto autoconocimiento.

Sergi Doria