sábado, 26 de noviembre de 2011

El inolvidable Pablo Casals

                 Pablo Casals / 1954.

"Disponga usted de mi corazón, de mis manos y de mi violín", le dije a Pablo Casals el día que lo conocí.
Eso fue en 1950, y nunca tuve motivo para retirar mi triple ofrecimiento; menos aún el del corazón. Toda mi vida había reverenciado a Casals quien reunía en sí mismo a dos personalidades imponentes: el mejor violonchelista de la historia y filántropo ejemplar.

La singularidad de cada ser viviente lo cautivaba. Enemigo declarado de cualquier forma de dictadura totalitaria, viajó cientos de millares de kilómetros en su cruzada por la paz, incluso cuando ya era nonagenario. Aunque supo de tragedias personales, afirmaba invariablemente: "La vida es portentosa". Como dijo Thomas Mann, premio Nobel de Literatura, Pablo fue "uno de esos raros artistas que vienen a salvar el honor de la humanidad".

Conocí a Casals en la aldea de Prades, situada en la vertiente francesa de los Pirineos, adonde se había expatriado de su España natal en 1939, tras la victoria de Franco. Allí comenzó a organizar ayuda para los refugiados y juró que jamás volvería a tocar el violonchelo en un mundo donde imperaran la guerra y la dictadura y la opresión. Sin embargo, cobró ánimo y en varias ocasiones tocó para los refugiados.

En 1950 el violinista Alexander Schneider lo persuadió para que interviniera en un festival conmemorativo del segundo centenario de la muerte de Juan Sebastián Bach, que se celebraría en la iglesia de Prades, construida en el siglo XIV. Luego Schneider  nos convenció, a mí y a otros cuantos músicos, de que formáramos parte de la orquesta. Y en aquella bellísima aldea de callejas adoquinadas y rojos tejados dimos nuestros conciertos, que posteriormente llegaron a ser una tradición anual.

Entre ensayo y ensayo el violonchelista catalán solía sentarse a conversar. Afirmaba que, antes que a la música, se debía al bienestar de la humanidad. "Debemos intervenir en todo lo bueno y cumplir cada uno nuestra parte como mejor podamos".

Premio y pobreza. Pablo Casals nació en 1876 en la aldea de Vendrell, cerca de Barcelona. Su padre era organista de la iglesia local y la familia vivía en la pobreza, pero Pablo era un niño vivaracho y alegre. A veces pasaban por Vendrell grupos ambulantes de músicos, y sus instrumentos, especialmente el violonchelo, atraían poderosamente al chico. Su padre, valiéndose de una calabaza y una cinta de madera, improvisó un violonchelo para el pequeño. Pablo recibió su primer violonchelo de verdad a los once años.

No obstante el interés de su vástago por la música, el padre deseaba que fuera aprendiz de carpintero para que adquiriera un oficio. Su madre, sin embargo, tenía otras miras para él. Lo llevó consigo a Barcelona cuando el niño tenía once años de edad, le sufragó sus primeras lecciones de música y lo dejó a cargo de unos parientes. Para costearse los estudios, Pablo obtuvo la plaza de violonchelista en un café. Cierta noche se hallaba presente Isaac Albéniz, el notable compositor y pianista catalán, quien al oír tocar al muchacho quedó tan impresionado que se lo llevó al conde de Morphy, protector de las bellas artes y consejero de la reina regente María Cristina. La Reina dotó a Pablo de una modesta pensión, y el muchacho estudió durante cerca de tres años en Madrid hasta que Morphy le aconsejó que se trasladara al prestigioso conservatorio de Bruselas.

Cuando se presentó a prueba en el Conservatorio, le ordenaron sentarse al fondo del salón, mientras tocaban los alumnos de la clase de violonchelo. Por fin el profesor le dijo con sarcasmo: "A ver, españolito, ¿quieres tocarnos algo? Y citó una larga lista de composiciones, todas las cuales Casals declaró saber.
"¡Este chico lo sabe todo! comentó el maestro, y la clase rió a carcajadas. El catedrático indicó a Casals que tocara Souvenir de Spa, pieza brillante y de muy difícil ejecución. Al terminarla, todos se quedaron mudos, maravillados, y el gran maestro le propuso:
- Obtendrás el primer premio si aceptas inscribirte en mi clase.
-No - replicó Pablo - . Me ha puesto usted en ridículo delante de sus alumnos.

Pánico escénico y fama. Pablo, su madre y sus dos hermanitos se marcharon inmediatamente a París. Al saberlo, el conde de Morphy pidió a la Reina que suspendiera la pensión al muchacho. Sin ésta la vida resultaba difícil. El único trabajo que Pablo pudo conseguir fue el de segundo violonchelista de la orquesta del Folies-Marigny, café cantante que se especializaba en el cancán. Todos los días el chico atravesaba a pie la ciudad para ir al trabajo y volver a casa, con lo que ahorraba, los 15 céntimos del pasaje en tranvía (precio de una hogaza de pan). Su madre hacía en casa trabajos de costura. En eso enfermó Pablo, y su progenitora, desesperada, se cortó la larga mata de hermosos cabellos negros para venderla y comprar medicinas.

Al empeorar su situación regresaron a Barcelona, donde la suerte les sonrió de pronto. Ofrecieron al muchacho una plaza de maestro y obtuvo además un puesto de violonchelista en la orquesta de la ópera.
A los 22 años de edad, con una carta de recomendación para Charles Lamoureux, una de las figuras prominentes de la música en su época, Pablo decidió volver a probar fortuna en París. La primera vez que se entrevistó con Lamoureux, éste dijo bruscamente al catalán que volviera al día siguiente. Así lo hizo, y en esa segunda ocasión Lamoureux protestó por las constantes interrupciones y siguió escribiendo. Pero cuando Casals empezó a tocar, el músico francés dejó caer la pluma y lentamente se volvió a verlo de frente. Terminada la pieza musical, lo abrazó efusivamente y exclamó: "¡Hijo mío! ¡Eres uno de los elegidos!

Pablo no tardó en convertirse en figura internacional, y cobraba enormes sumas por tocar en público. Pero el pánico escénico estuvo a punto de arruinar su carrera. Estaba tan nervioso la noche de su presentación en Viena, que el arco de su instrumento se le escapó de las manos y fue a caer entre el auditorio. En total silencio los espectadores pasaron el arco de una fila a la otra hasta que llegó de nuevo al músico. En otra ocasión se lastimó la mano izquierda en un accidente, al escalar una montaña, y su reacción inmediata fue de alivio, al pensar que ya no tendría que tocar en público.(Por fortuna, a los pocos meses la mano sanó.) "Solo pensar en un concierto ante el público me da pesadillas", me confesó.

Música para la paz. Para que los pobres tuvieran acceso a los conciertos, Casals había fundado en Barcelona, la Sociedad Obrera de Conciertos, poco después de 1920. La Sociedad llegó a contar con 300 mil afiliados, que pagaban unos céntimos al año por las entradas. También contrató a 88 de los mejores músicos que logró reunir en una magnífica orquesta sinfónica para Barcelona. Mientras el conjunto no pudo pagarse sus gastos, Casals sufragó de sus propios bolsillos el déficit, equivalente a 900 mil dólares de hoy.

La guerra civil española dio al traste con la Sociedad Obrera de Conciertos y con su orquesta. La noche del 18 de julio de 1936, mientras Casals dirigía la Novena Sinfonía de Beethoven, llegó la noticia de la inminente batalla por el dominio de Barcelona. Casals tomó la palabra para decir a sus colegas: "no sé cuándo podremos reunirnos de nuevo; propongo que terminemos de tocar la sinfonía en calidad de adiós o hasta luego".

Y así como se negó a tocar en la España de Franco, en la Italia de Mussolini y en la Rusia de Stalin, Casals no quiso tener ninguna relación con la Alemania de Hitler. Tres altos jefes del nazismo fueron un día a Prades en busca del artista, con la súplica de que tocara ante el Füher, Pablo se negó, aduciendo sentirse enfermo.
Los nazis le ofrecieron un vagón especial de ferrocarril para que hiciera el viaje; el violonchelista catalán le replicó que estaba demasiado viejo para viajar. Los alemanes pusieron a Pablo Casals en su lista negra, pero, temerosos de provocar la indignación mundial, lo dejaron en paz.

Casals se casó tres veces: la primera en 1906, con una violonchelista portuguesa; la segunda, en 1914, con una cantante norteamericana. En 1957 volvió a contraer matrimonio, esta vez con Marta Montañez, joven y encantadora violonchelista puertorriqueña que había viajado a Prades para estudiar con él. Marta tenía 20 años de edad, y él 80. La pareja se mudó a Puerto Rico, donde Pablo reanudó el Festival Casals, que se ha venido celebrando todos los años a partir del del 22 de abril de 1957 en el teatro de la Universidad de Puerto Rico. Casi cada verano Casals se trasladaba a Marlboro, en el Estado norteamericano de Vermont, para dar un curso y dirigir en el festival organizado por su gran amigo el pianista Rudolf Serkin.

Poco a poco advirtió Pablo que él solo no podía convencer a los gobiernos totalitarios con sus protestas. Pero quizás su música lograra lo que no podían hacer sus palabras. En 1960 dirigió por primera vez El Pesebre, su oratorio que canta la paz y la hermandad entre todos los hombres, y ofreció presentarse en cualquier lugar del mundo para dirigirlo. En 1971 estrenó su Himno a la Paz, con letra de Wystan Hugh Auden. Casals dirigió la ejecución de esta obra en el recinto de las Naciones Unidas.

Pablo Casals amaba a todas la raza humana, pero su predilección eran los niños. Mis hijos lo adoraban. Profundamente preocupado al ver crecer a la niñez en un mundo sumido en el materialismo, me decía con tristeza: "No saben nada del prodigio de la vida. Tener conciencia de que cada cual es único en toda la creación, ¡qué privilegio!"

Para él no significaba nada envejecer. Era solo cuestión de calendarios. "Mientras podamos admirar y amar", me dijo durante una de nuestras últimas visitas, "seremos siempre jóvenes". No entendía a quienes se lamentaban de los años. Una vez amonestó a un amigo: "No es que seas viejo. Lo que pasa es que fuiste joven hace mucho".

De qué otra manera podría obrar. En el verano de 1973 Pablo Casals visitó Israel. A su llegada la temperatura era de más de 32° C., y en todo su aspecto el artista mostraba sus 96 años cumplidos. Lo trasladamos, enfermo y débil, del avión a su hotel, en Jerusalén. El violonchelista catalán pidió inmediatamente un piano. El único que pude conseguir fue el del bar del hotel, y encargué que lo llevaran a la habitación de Pablo. El anciano, endeble y fatigado, se sentó en el banquillo, se soltó la corbata, se aflojó los tirantes y  empezó a tocar un preludio de Bach. Sus mejillas recobraban el color; sonrió y volvió a sentirse bien.

De regreso en Puerto Rico, en septiembre de 1973, Pablo Casals tuvo un ataque cardiaco complicado con pulmonía. Hubo que hospitalizarlo e, impaciente por ello, se arrancó de los brazos las agujas intravenosas, las arrojó al suelo y espetó a las enfermeras: "¡Con un demonio! ¡No me moriré!" Y, por increíble que parezca, logró sobrevivir otro día más.

Puerto Rico declaró tres días de duelo nacional, y Pablo Casals fue sepultado en una pequeña cripta de granito gris a orillas del mar. En todo el mundo hubo ceremonias luctuosas, y aún en la misma España, en homenaje a su autor, se ejecutó parte de su oratoria de paz.

La última vez que vi a Pablo fue a fines de agosto de 1973, cuando él salía de de Israel. Lo besé y prometimos mantenernos en comunicación. Lo seguí con la mirada mientras atravesaba el vestíbulo del hotel, Pablo se volvió y me sonrió. Yo agité la mano. Siempre tuvimos la sensación de que cualquier ocasión  podría ser la última, así que nunca nos dijimos adiós. Aquella vez recordé lo que el gran maestro me había dicho años antes en Prades: "¿De qué otra manera podía obrar? El hombre tiene que vivir según su conciencia".
Isaac Stern
Reader Digest / Tomo LXIX / N. 415 
Junio de 1975/ Pags. 35 a 39. 

jueves, 24 de noviembre de 2011

Anécdotas: Arturo Toscanini

                               Arturo Toscanini.

Era ilimitado el amor por la perfección que tenía el maestro Arturo Toscanini.
"Hijos míos", les dijo a los músicos de su orquesta una mañana, "vamos a ensayar una vez más El mar, de Debussy. Ayer quizás por culpa mía, me pareció que el espacio y la luz estuvieron bien expresados, pero nos faltó el aroma del mar al amanecer. Probaremos de nuevo, ¿quieren?


Le Figaro,  de Francia

Anécdotas: Leopold Stokowsky

                                                 Leopold Stokowski.

Después de la primera pieza de un concierto de la Orquesta Sinfónica Norteamericana, el director Leopold Stokoswski, con la bauta levantada, se mostraba listo a dar la señal para la nota inicial de la siguiente composición. Pero muchos espectadores no habían hallado aún sus puestos, y subían y bajaban por los pasillos, discutiendo con las acomodadoras y refunfuñando.

El maestro esperó. Transcurridos casi cinco minutos, Stokowski, se volvió al público y dijo: "El pintor pinta sus obras en un lienzo. Los músicos pintamos las nuestras en silencio. Nosotros les damos la música, pero ustedes deben prestarnos el silencio".
New York Times
NY, USA

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Franz Schubert: lo último que escribió

                                 Franz Schubert 1797 - 1828.

Hace 183 años, cierto día de noviembre de 1828 agonizaba Franz Schubert, víctima del tifus, en casa de su hermano, en los alrededores de Viena. No hacía todavía un año que había llevado una antorcha funeral en el entierro del inmenso Beethoven y que, al detenerse en una taberna, al regreso del cementerio, había levantado su copa con este brindis de fatídico presagio: "Por aquel a quien le toque después". Le había llegado su hora. El joven músico de pesada y deforme figura, el del cuerpo rechoncho y desgalichado, el de los ojos miopes y el corazón hambriento de ternuras, no regalaría más a los oídos del mundo con la melodía de sus bellas canciones inmortales.

Jamás hombre alguno vino a la tierra con aquellos portentosos dotes musicales. Era como una fuente inagotable de armonías. Y nunca habían manado con tan rica abundancia como en los últimos años de su corta vida. Brotaba de él la música con tal atropellada e hirviente espontaneidad, que no le costaba ningún trabajo componer un cuarteto y trasladarlo al pentagrama en el tiempo que hoy emplea un hábil copista en transcribirlo.

¿Recuerda usted la Serenata, de ese lírico ensueño que dejará de arrobarnos solo cuando las puestas de sol y el canto vibrante del ruiseñor pierdan  su hermosura y su penetrante hechizo? Mientras arda la lámpara de nuestra civilización, se recordará en el mundo la Serenata de Schubert. Y sin embargo, el propio Schubert fue capaz de olvidarla. Había él compuesto ese poema imperecedero para sorprender y agasajar a una jovencita que celebraba su cumpleaños. Se había convenido que el autor tocase el acompañamiento de los que habrían de cantar bajo los balcones de la festejada.

Se transportó con gran sigilo un piano al amparo de la penumbra crepuscular. Los cantores llegaron puntualmente, no así Franz, a quien se le había olvidado la cita.

A pesar de que solo contaba treinta y un años de edad al morir, produjo más de un millar de obras. En el inventario póstumo de sus bienes se pecó de exagerado optimismo al fijar en ocho chelines y medio el valor probable del ingente montón de manuscritos que dejó, y en el cual se hallaban, de seguro, varias de las obras maestras de aquel postrero año de su vida. Quedaron dispersas por Viena muchas de esas menospreciadas reliquias de su genio. Veinticinco años después, un joven, Arturo Sullivan, cruzó el Canal en compañía de su amigo Grove y revolviendo en la montaña de papeles que llenaban un armario olvidado, encontró los pasajes perdidos de Rosamunda. Hacía rato ya que había sonado ya la última campanada de medianoche cuando dieron con ese tesoro, y las primeras luces de la aurora los sorprendieron enfrascados todavía en la tarea de copiarlo.

En su juventud y su amor a la memoria de Schubert, no encontraron otro medio más adecuado de expresar su alborozo que ponerse a jugar a la cobija hasta que los cafés abrieran sus puertas.

Por una ironía del destino fue su propia fecundidad la que ocasionó la pobreza de Schubert. Componía, a veces, una docena de canciones en un solo día y se esforzaba, ingenuamente en obtener por ellas un buen precio de un editor que no había tenido aún tiempo de imprimir las dos docenas que le había vendido el mes anterior.

¿Sabe usted qué fue lo último que escribió Schubert? Pues fue una carta, una carta a su amigo el poeta Franz von Schober con quien había compartido un aposento, en los primeros meses de aquel año, en el parador del Tejón Azul, hasta que, no pudiendo pagar la mitad del alquiler que le correspondía, tuvo que mudarse.

Lea cómo en ese documento tan patético, en medio de su fácil jovialidad, se revela el espíritu de un hijo predilecto de las Musas para quien apenas cuentan las calamidades y aflicciones corporales.

           Franz von Schober.

Decía así la carta:

11 de noviembre de 1828
Mi querido Schober:
Estoy enfermo. Tengo once días que no como ni bebo cosa alguna. Estoy tan decaído y tan cansado que solo puedo moverme de la cama a una silla y viceversa. Rhina me está cuidando. Si pruebo algo, lo vomito en seguida. Dada mi triste situación, ten la bondad de mandarme algo para leer.
He leído ya El Último Mohicano, El Espía, El Piloto y Los Exploradores, de Cooper. Si tienes otra de sus obras, te ruego que se las entregues a la señora van Gogner, en el café. Mi hermano, que es la puntualidad personificada, se encargará de traérmela del modo más puntual. Mándame si no, cualquier otro libro.
Tu amigo
Schubert.
Alexander Woollcott

lunes, 21 de noviembre de 2011

Seurat: sobre Un baño en Asnières


    Un baño en Asnières, Galería Nacional de Londres.

Retrato de un placer cotidiano
Seurat capturó el momento a la perfección, pero jamás imaginó hasta qué punto su obra maestra cautivaría nuestros corazones
El cuadro muestra un grupo de personas ordinarias que reposan a la orilla del río Sena, cerca de un humoso suburbio industrial, en el noroeste de París.
Están disfrutando del sol en un día de descanso habitual; un breve receso en la rutina del trabajo. A no ser por su indumentaria, bien podrían confundirse con una familia cualquiera, en un río de cualquier lugar del mundo.

El autor de esta obra fue un joven retraído que no destacó en la escuela de pintura, que casi no recibió elogios por parte de la crítica y que murió a los 31 años sin haber hecho fortuna.
Sin embargo, Un baño en Asnières, de Georges-Pierre Seurat, quien la concluyó cuando apenas tenía 25 años, es hoy considerada una de las obras maestras de fines del siglo XIX, y una de las joyas de la Galería Nacional de Londres. En 1997, en una encuesta, los lectores del Independent on Sunday la situaron en el séptimo lugar entre las pinturas más populares de Gran Bretaña.

Ese mismo año, Un baño en Asnières fue el tema de una exposición de la Galería Nacional, la cual incluyó muchos de los bocetos y estudios de Seurat. Éstos son magníficos, y solo un genio como él habría podido realizarlos en unos cuantos días.

Georges Seurat nació en París el 2 de diciembre de 1859. Su padre, Antoine, fue un funcionario menor en la corte. Hombre acomodado y de una religiosidad profunda, Antonie era muy reservado, virtud que heredó a su hijo. Durante gran parte del año se alejaba de su familia y se alojaba en una casita en Le Raincy, a 11 kilómetros de París.

Desde los siete años, Georges hacía excelentes dibujos a lápiz, algunos de los cuales aún se conservan.
A los 16 se inscribió en la escuela munincipal de dibujo de la localidad, y dos años después ingresó en la Escuela de Bellas Artes.

En marzo de 1878 ocupaba el lugar 67 entre los estudiantes, y en agosto estaba diez sitios más abajo. Un año después ni siquiera figuraba en la lista. Al parecer, sus maestros no pudieron con su talento extraordinario.

En una de las dos únicas  fotografías que se conservan de él aparece con barba larga y bien cuidada. Tenía el cabello negro y rizado; la frente, amplia; los ojos, oscuros, de mirada inteligente, muy separados, y la nariz, larga y recta.

                          Georges-Pierre Seurat.

Seurat solía pasear por las calles vestido impecablemente, con un sombrero de copa que le daba un aspecto tan solemne, que el pintor Edgar Degas le decía "el notario". Tenía pocos amigos y jamás se casó.

Al igual que su padre, empero, llevaba una vida secreta. En el apartamento donde tenía su estudio alojaba a su bella y sensual amante, una joven obrera, pobre e ingenua. llamada Madeleine Knoblock No les hablaba de ella ni a sus amigos ni a su familia, y como casi todas las noches iba a cenar con su madre, nadie sospechaba de su existencia.

En contraste con la personalidad de Georges Seurat , Un baño en Asnières - un enorme lienzo de unos dos metros de largo por tres de ancho - es una obra de estilo y sensibilidad transparentes y definidos. En ella no hay símbolos, ni subterfugios, ni significados ocultos. Todo es diáfano y luminoso.

La obra terminada en la primavera de 1884, constituyó una transición entre el realismo de los impresionistas y la distorsión de forma y motivos que distinguió al modernismo. Causa admiración que el autor haya hecho diez bocetos y 14 pruebas para pintarla, además de varias decenas de obras menores que también le fueron útiles. Por sí solo, ese arduo trabajo preliminar fue sumamente meritorio.

No obstante, como ha ocurrido con otras obras maestras en la historia del arte, el cuadro debió salvar muchos escollos para recibir el beneplácito de los conocedores. El Salón, que era la sede del "buen arte" en París, rehusó exhibirlo , por lo que Seurat lo envió a la Exposición de Artistas Independientes, en las Tullerías, donde lo colgaron en una pared del bar.

La obra retrata el ocio de la vida en los suburbios tal como es. Niños y adultos descansan a la orilla del río o se sumergen en sus aguas; al fondo se observa una fea fábrica, chimeneas humeantes y un puente.

No es la escena de un típico día de campo, ni muestra un regocijo artificial. Al contrario, varios elementos le dan naturalidad, como el chico pelirrojo que parece un poco aburrido. Un amigo de Seurat llamó a la obra "una Arcadia doméstica". 

Un baño en Asnières revela un absoluto dominio del color y gran diversidad al plasmar cuerpos y rostros. No hay dos personas que tengan el pelo del mismo color. Todos los atuendos son de tonos distintos. Los únicos objetos de igual color son la cinta del sombrero de paja de la mujer y el gorro del chico de la derecha. La principal aportación de Seurat es la cuidadosa fragmentación que hace de textura, luz y color, lo cual se aprecia sobre todo en el agua resplandeciente, trémula a causa de una brisa que apenas hincha las velas de los botes.

A esa revolucionaria teoría del color, que desarrolló junto con Paul Signac, su amigo y alumno, se le conoció como divisionismo y más tarde como puntillismo, término que a Seurat le parecía inadecuado. Estaba convencido de que podía obtener mejores colores secundarios si daba a la tela pequeños toques con colores primarios a fin de formar puntos contiguos. Para crear el verde, por ejemplo, yuxtaponía azul y amarillo sin mezclarlos. Así, cuando el observador se sitúa a cierta distancia, la fusión ocurre en sus ojos y contempla un verde más nítido y vivo que el que habría resultado si los colores se hubieran mezclado en la paleta.

La técnica puntillista no encuentra su mejor expresión en Un baño en Asnières, dado que el autor la perfeccionó en obras posteriores, sobretodo en Un domingo de verano en la Grande Jatte, cuadro que muestra una escena muy distinta; unos elegantes parisienses que se divierten en un islote del Sena. En ésta y otras obras, Seurat pintó un denso borde de puntos, e incluso llegó a puntear el marco.

     Un domingo de verano en la Grande Jatte.

En febrero de 1890, Madeleine le dio un hijo a Seurat y lo llamaron Pierre-Georges. Al mes siguiente, el artista exhibió sus cuadros en la Sociedad de Artistas Independientes, junto con Pissarro, Rousseau y Van Gogh, quien en una visita al estudio de Seurat había calificado su obra como "una revelación de color".

El 26 de marzo de 1891, Surat enfermó gravemente de difteria o de meningitis. Al día siguiente, con ayuda de un amigo, llevó a Madeleine y a su hijo a visitar a su madre por primera y única vez. Dos días después murió, y a las pocas semanas pereció su hijo, víctima de la misma enfermedad, y lo enterraron junto a su padre. Las pinturas de Seurat se dividieron entre su hermano, Emile, y Madeleine.

El 3 de abril de 1900 se exhibió por fin la obra completa de Seurat.
Un baño en Asnières quedó en manos de Fèlix Fènèon, quien había descubierto el talento del pintor cuando éste tenía poco más de 20 años y había abogado por él desde entonces. En 1924 vendió el cuadro a los Fideicomisarios del Fondo Courtauld de la galería Tate por $3,560 libras, 16 chelines y 7 peniques, y en 1961 la obra fue trasladada a su sitio de exhibición actual, la Galería Nacional de Londres.

Tras la muerte de su amigo, Paul Signac escribió: "Sin dudas habría pintado muchos cuadros más..., pero ya había llevado a cabo su cometido. Había reflexionado sobre los problemas del pintor y, en términos generales, pronunciado la última palabra sobre temas como el blanco y el negro, la armonía de líneas, la composición, la armonía y el contraste de los colores..., e incluso sobre lo adecuado del marco".
Y añadió: "¿Qué más se le puede pedir a un pintor?"
Tom Rosenthal

lunes, 14 de noviembre de 2011

Childe Hassam: Pintor de la luz

                                    Geranios / 1888, óleo sobre tela. Geranios: Clolección Hyde, Glenns Falls, Nueva York.

En 1889, un joven pintor norteamericano llamado Childe Hassam se mudó a un estudio, en París, cuyo último inquilino había sido un hombre al que el conserje describió como "un pintor chiflado".
El desconocido dejó varios cuadros que a Hassam le parecieron "muy buenos [...] tan hermosos, y de factura tan suelta y hábil, como se pueda imaginar". "Ese artista perseguía lo mismo que yo", concluyó. No fue hasta varios años después cuando supo quién era  el "pintor chiflado": Pierre Auguste Renoir.

Lo que Hassam y Renoir perseguían  era una efecto casi inalcanzable: no limitarse a representar un atardecer o una flor, sino plasmar en el lienzo la atmósfera del momento, la esencia misma del sentimiento que inspiran al artista el atardecer y la flor. En cierta ocasión Hassam llamó a esto "pintar la luz y el aire".

Árboles en Flor / 1882, acuarela sobre papel.  Árboles en Flor: Museo de Bellas Artes de Boston; legado de Kathleen Rothe.

Cada uno de ellos alcanzó su propósito a su manera, pero ambos como exponentes del impresionismo. 
Hassam nunca se consideró seguidor de esta escuela, pero hoy se le reconoce como el más grande impresionista de Estados Unidos.

Nacido en Massachusetts en 1859, Hassam se inició en el arte como ilustrador de revistas. Empezó a pintar alrededor de 1880, y avanzó ininterrumpidamente del autoaprendizaje a la instrucción formal, y de ésta al refinamiento constante de su genio.

No es fácil aquilatar ahora la poderosa influencia que Hassam ejerció en la pintura norteamericana del primer tercio del siglo XX.
Ganó muchos premios; sus telas alcanzaban precios exhorbitantes, y museos y comerciantes se las disputaban ávidamente. Cuando murió, en 1935, dejó una obra descomunal, constituida por cientos de piezas.

Hassam profesaba un gran desprecio por los críticos ("bobalicones del arte" a su juicio) y una oposición furiosa al modernismo ("atrocidades amorfas"), pero su firme convicción de que la pintura debe ir dirigida más a las emociones que al intelecto se tradujo en deslumbrantes lienzos que han cautivado al público y a los coleccionistas.

Día del Gran Premio / 1887 - 1888, óleo sobre tela. Museo de Bellas Artes de Boston; Fondo Ernest Wadsworth Longfellow.

Su biógrafa, Adeline Adams, lo llamó atinadamente "un buscador de la luz y de los cielos resplandecientes".
En efecto, la luz lo fascinaba en cualquiera de sus formas: el brillo festivo de las tardes de verano y otoño, la lóbrega palidez de un cielo encapotado, el claroscuro de una ventana o el fulgor derramado por una farola sobre una calle cubierta de nieve.

Feria rural en Nueva Inglaterra (Fiesta de la cosecha en una aldea de Nueva Inglaterra), 1890, óleo sobre tela. Fondo Ernest Wadsworth Longfellow.

Contra la costumbre de su época, Hassam prefería los temas contemporáneos a los históricos y clásicos. Aunque representó con maestría el mar, interiores inundados de sol y paisajes rurales, su verdadera pasión eran la ciudades. Como él mismo decía: "Hay que retratar el alma de una ciudad con tanto esmero como la de un modelo". Así, nos legó impresionantes y evocadoras imágenes del Boston, el Chicago, el Londres y el París de fines del siglo XIX y principios del XX. Pero los más conocidos son quizás sus cuadros de Nueva York, ciudad de cuyo portentoso crecimiento fue cronista, cuando los rascacielos comenzaron a proliferar y a lanzarse impetuosamente hacia las alturas.

   El cuarto de las flores, 1884, óleo sobre tela. Colección privada.

"Vistos en conjunto, con sus angulosas siluetas apuntando hacia las nubes y perdiéndose suavemente en la lejanía, los rascacielos son realmente hermosos", observó una vez. El contraste de esta dura geometría con la luz, la niebla y otros fenómenos naturales captó su interés en una época en que repugnaba a otros pintores.
Hassam también se interesó por la vida íntima de la ciudad. "A veces dejo de pintar un árbol o un edificio para bosquejar una figura o un grupo que me llama la atención y que hay que captar en seguida o se habrán ido para siempre". Esto confiere a su obra una inmediatez. Sus conocidos "cuadros de banderas", como El Día de los Aliados, mayo de 1917 o Banderas en la Calle 57, aún despiertan interés, pero otras imágenes - el muchacho recadero que camina por una calle nevada, la multitud que está de compras en la Quinta Avenida o los cabriolés que se apiñan en la Plaza Madison un día de primavera - son igualmente llamativas.

     Sofá en el pórtico, Cos Cob, 1914, óleo sobre tela.

Hombre de energía al parecer inagotable, Hassam pintaba dondequiera que se encontrara: ante una ventana, en la playa o en una calle azotada por la lluvia. La extensa obra resultante demuestra su gran amplitud de temas y enfoques, que van de la cálida y soleada belleza de los Geranios (1888) y el esplendor verdiazul de la Feria rural en Nueva Inglaterra (1890), hasta el vívido y asombroso Jardín de la señora Hassam en East Hampton (1934), uno de sus últimos cuadros.

Aunque Hassam apreciaba la obra de los grandes maestros, fuese cual fuese su nacionalidad, era un incansable defensor de lo de su país, a quienes, en su opinión, las instituciones del arte no otorgaban el reconocimiento que merecían. "Tenemos un arte nacional", decía. "Respetémoslo". Hassam sigue ocupando el sitio de honor en el nutrido grupo de pintores norteamericanos admirados en todo el mundo.
Ralph Kinney Bennett

Premio Nacional de Artes Plásticas: Ada Balcácer


             Ada Balcácer, brillante pintora dominicana.

La reconocida artista Ada Balcácer fue declarada ganadora del Premio Nacional de Artes Plásticas de este año, según anuncio hecho por el Ministro de Cultura, José Rafael Lantigua.

La elección fue realizada por un jurado permanente que, desde el año pasado, fue encargado por el Ministerio de Cultura de realizar esta tarea, y reanudar la entrega de este importante galardón, descontinuado desde los años setentas.

El jurado estuvo integrado por María Elena Ditrén, directora del Museo de Arte Moderno; Marianne de Tolentino, directora de la Galería Nacional de Bellas Artes; y Mirna Guerrero, curadora de arte.

Además, por el arquitecto César Iván Feris Iglesias, en representación de la Asociación de Críticos de Arte; Rafael Emilio Yunén, director del Centro Cultural Eduardo León Jiménez; y el presidente del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos, el pintor Antonio Guadalupe.

El jurado tomó en consideración los sesenta años de vida artística de Ada Balcácer, estimando que es una “reconocida dibujante, diseñadora, grabadista, pintora, muralista, gestora cultural, teórica del arte y profesora que ha diseminado sus saberes y experiencias en varios puntos de la República Dominicana, el Caribe, América Latina, Europa y los Estados Unidos, donde reside desde hace muchos años”.

“Se trata de una personalidad artística de dimensión caribeña, cuyos planteamientos estéticos y teóricos, y la calidad de sus realizaciones la convierten en figura imprescindible en la historia del arte del Caribe y Latinoamérica”, afirma el jurado en su veredicto.

Agrega que Balcácer es “maestra en diversas vertientes expresivas” y recuerda su trayectoria como alumna aventajada de los maestros Celeste Woss y Gil, Manolo Pascual, Joseph Gausachs y Gilberto Hernández Ortega, su presencia en el Frente Cultural junto a Ramón Oviedo y Silvano Lora durante la revolución de abril de 1965, y la única mujer y alentadora principal del grupo Proyecta, en 1968, conformado por Domingo Liz, Fernando Peña Defilló, Leopoldo Pérez, Thimo Pimentel y Gaspar Mario Cruz, entre otros.

El jurado determinó que Ada Balcácer “recupera la memoria oral y las tradiciones dominicanas, creando registros visuales que han quedado fijados en el imaginario nacional”.

Igualmente, que ella “ha desentrañado las formas y colores tropicales en la vegetación, la devastación ambiental, la luminosidad del Caribe, el paisaje tropical, la diversidad de los ecosistemas de la República Dominicana y la revalorización de la flora y la fauna nativas”.

Considerada como “figura cimera del arte nacional y latinoamericano”, la obra pictórica de la artista laureada “ha aportado obras emblemáticas al arte nacional e internacional, como el “Bacá derribando el mito” y “Ensayos de luz”, verdaderos poemas visuales a la luminosidad, el espacio y el color tropicales”.

“Ada Balcácer ha logrado expresar a través de la relación entre el color y la luz, la presencia de símbolos que aluden a los sincretismos religiosos de las Antillas, expresando con una eficacia extraordinaria la doble naturaleza de lo caribeño, abarcando de este modo lo perceptual, lo ambiental y la conciencia, mientras sus trazos y pinceladas amplios y seguros dan lugar a formas masivas que, en cualquier formato, poseen una monumentalidad que confiere impacto sicológico a una obra rica en matices y seducciones, y de una impresionante calidad técnica, formal y expresiva”, concluye el veredicto del jurado.

El acto de entrega del Premio Nacional de Artes Plásticas, con una dotación de 500 mil pesos que entrega el Ministerio de Cultura, tendrá lugar el 17 de diciembre, Día del Artista Plástico.  El año pasado, al reanudarse este galardón, se premió al pintor Fernando Peña Defilló.

Este jueves 17, a las 8 de la noche, el Centro Cultural Eduardo León Jiménez abrirá una gran retrospectiva de la obra de la artista galardonada que permanecerá hasta febrero del año próximo.
Hoy
http://hoy.com.do/alegria/2011/11/14/401637/Ada-Balcacer-ganadora-Premio-Nacional-de-Artes-Plasticas

sábado, 12 de noviembre de 2011

Arte culinario de Claude Monet


     Comedor de la casa del pintor impresionista en Giverny, Francia. EFE

El padre del impresionismo, Claude Monet, fascinado por el arte culinario y atraído por los colores de las flores, apreciaba de igual manera unas setas al horno con perejil y ajo que las dalias rojas

Giverny. Así lo atestigua la casa en la que pasó la mitad de su vida, en el pueblo normando de Giverny: dos jardines, de casi una hectárea cada uno, llenos de una variada y, en ciertos casos, exótica flora, y una vivienda con una gran cocina surtida de manjares.

Al autor de "Impression, soleil levant" le gustaba "todo tipo de comida", explicó Claire Joyes, viuda del biznieto de Monet. Tenía su propio gallinero y su propio huerto, en el que cultivaba "verduras del Mediodía francés, como pimientos o calabacines" y plantas aromáticas.

El recetario que utilizaban los cocineros de la casa de Giverny, tres personas en tiempos de bonanza, se ha reeditado veinte años después de la primera copia en el libro "La cuisine selon Monet". Se compone de fórmulas que el artista o miembros de su familia fueron incorporando con el paso del tiempo, con recomendaciones de amigos o con platos de restaurantes u hoteles.





                                Claude Monet.

Una cocina "impresionista" 
Así, la "Bullabesa de bacalao" del pintor Paul Cézanne y los panecillos del también impresionista Jean Francois Millet hacían las delicias de la familia Monet-Hoschedé.

Pero lo que más le gustaba a Monet eran las setas. Apreciaba cómo se hacían en conserva en la casa de su marchante, Paul Durand-Ruel, y lo hizo apuntar en su recetario, al igual que la preparación de los níscalos del escritor Stéphane Mallarmé, que iban acompañados de trocitos de panceta.

Y es que la relación artística con sus contemporáneos pasaba, sin duda, por la mesa: "Casi todos los días tenía invitados para comer", contó Joyes. "Nunca para cenar", porque se acostaba pronto para poder levantarse antes del alba y pintar los primeros rayos de sol.

Camille Pisarro, Auguste Renoir, Georges Clemenceau, Auguste Rodin, o Paul Valéry fueron algunos de los que degustaron los refinados e internacionales platos de Giverny.

No era fácil surtir a una cocina que necesitaba ingredientes difíciles de hallar en la Normandía interior. La compra se hacía en el vecino pueblo de Vernon y para lo más especial se iba a París o se hacía traer de otros lugares.

Por ejemplo, el bogavante siempre venía de Bretaña puesto que Monet tuvo tiempo de degustarlo durante su estancia en esta región francesa. Se convirtió en su plato preferido.

                   Le Déjeuner sur l' Herbe à Chailly, de Claude Monet.

Se cocinaba "a la americana", con un punto picante de cayena, al estilo "Douglas", servido en medallones flameados con ginebra y acompañado por una salsa con nata, zanahoria, tomillo y laurel o al "Newburg", con el que halagaba a su yerno, Theodore Butler.

A pesar de su buen paladar, Monet tenía sus manías "Se servían dos ensaladas diferentes: una normal, y otra para él. La suya estaba aliñada con pimienta machacada y aceite de oliva de Aix-en-Province (localidad del sur de Francia)", ésta con tanta pimienta que "era completamente negra".

No le gustaba el conejo, sino que prefería la "liebre salvaje", le encantaba el buen pescado, y los espárragos, mejor si estaban poco hechos. En cuanto al vino, los caldos de la región estaban "proscritos" en su mesa y, en cambio, eran bienvenidos el borgoña recomendado por Pissarro o el burdeos descubierto por Durand-Ruel.

     Le Déjeuner, de Claude Monet.

Su interés por la comida ha quedado así patente en cuadros como "Le Déjeuner sur l'Herbe à Chailly" o "Le Déjeuner", ambos expuestos en el Museo de Orsay de París.

Pasión por los colores
Los deliciosos platos se servían los días de fiesta en una moderna vajilla amarilla con finos bordes azules, las mismas tonalidades del comedor y de la cocina, respectivamente.

No en vano, estos dos eran sus colores favoritos, algo que se ve también en su jardín. Claude Monet convirtió el terreno junto a su vivienda en un cuadro al jugar con los colores, la temporada de floración o las formas de las plantas para manejar a su antojo la luz. En primavera, las capuchinas cren "manchas de color", sobre todo de amarillo y naranja, mientras que en otoño las dalias blancas y rojas componen "líneas monocromas", pasando por un junio salpicado de azules.

En la cocina también tenía una receta propia: las setas con aceite de oliva.
Mercedes Alvarez
EFE

René Magritte: Exposición en el Albertina de Viena

     René Magritte por Lothar Wolleh.

El principio del placer en la obra del artista René Magritte, uno de los más valorados del siglo XX y el de más éxito de los surrealistas belgas, es el eje sobre el que se exhiben más de 200 pinturas y obras en papel, completados con documentos, carteles, fotografías y videos, traídos de toda Europa, EE UU y Japón, algunos de ellos, raramente mostrados. La exposición, que abarca todas sus épocas creativas y sus piezas maestras en el museo vienés Albertina desde hoy y hasta el próximo 22 de febrero, lleva por título René Magritte (1898-1967). Sus obras, que en parte muestran el mundo del absurdo, cuelgan en museos de todo el planeta y son tan apreciadas que la pintura Las vacaciones de Hegel se subastó recientemente por 7,42 millones de euros.

"Creo que esta exposición lleva a Magritte a un nuevo nivel, a un nuevo significado y permite redescubrirlo", según el director del museo Tate Liverpool (Reino Unido), Christoph Grunenberg.

Para el director del Albertina, Klaus Albrecht Schroeder, afirma: "este un mundo que conocemos de nuestros sueño, pero que no muestra sueños, pese a emplear los mismos principios, entre otros, de cambio de proporciones, metamorfosis. Es un ataque a la realidad racional". El principio del placer, título tomado del "padre del psicoanálisis", el austriaco Sigmund Freud, es también el de una obra del artista que no se expone en esta ocasión, pero que está presente en numerosos óleos sobre lienzos, como Los amantes (1928), prestado por el museo MoMA de Nueva York, una pintura de una mujer y un hombre que se besan con sus cabezas totalmente tapadas por sendos paños blancos.

La representación (1937), prestada por la Scottish National Gallery of Modern Art de Edimburgo, presenta la parte de un cuerpo femenino desnudo que va desde el ombligo hasta el comienzo de los muslos. Otra obra en esta línea es La violación de 1934, de la Menil Collection de Houston (EEUU), que exhibe la cabeza y el cuello de una mujer con melena castaña y cuyo rostro esta formado por sus senos, su ombligo y su sexo, es decir, es la reducción de la mujer exclusivamente a sus órganos sexuales, un crítica implícita y clara de Magritte.

Los días gigantes (1928), de la Kunsthalle de Düsseldorf (Alemania), es una escena agresiva de violación en la que el artista enlaza la forma y el contenido para lograr una unidad convincente de una mujer desnuda, en situación angustiosa, quien se defiende con todas sus fuerzas de un hombre vestido. Juntos forman un solo cuerpo, en el que una parte de él es el costado derecho de ella. Una acción que aunque sucede en el interior de un espacio enmarcado, construido con las reglas de la perspectiva, se abre a otro indeterminado con lo que Magritte aumenta el ambiente amenazante mientras pone en entredicho el orden tradicional de una pintura.

Magritte reafirma en el Albertina que su potente arte ha logrado pasar a la historia y sigue atrayendo como un imán y hechizando al público, extremos que se deben, según expertos, a que contribuyó decisivamente a dar al surrealismo una concepción en la que juega con imágenes ambiguas y en las que pone en entredicho el vínculo entre el objeto representado y el real, cuestionando así si realmente podemos creer lo que vemos y si la percepción tiene algo que ver, y cuánto, con la comprensión de la realidad. El bombín, la manzana, las nubes en los cielos que pinta y las pipas para fumar son iconos universales de carácter ingenioso, erótico y humorístico, y por ello se pueden ver en algunas obras en Viena.

El orden cronológico incluye los conocidos juegos mentales de Magritte como la pintura Esto no es una pipa y es verdad, es la representación de una pipa. El filosofo Michel Foucault llegó a escribir un ensayo sobre ello. El óleo sobre lienzo de El reino de las luces (1950), prestado por el MoMA, con el característico cielo y sus no menos curiosas nubes de Magritte, es una de las obras de una serie con títulos similares y algunas pintadas en años diferentes que se exhiben y que muestra al autor y su producción en una enorme amplitud, la que le permiten las enormes y numerosas salas del Albertina. El reino de las luces ofrece una imagen enigmática dado que el cielo es el de un momento del día, mientras que el camino que se abre entre árboles es de noche y así Magritte juega con la luz y la oscuridad y la coexistencia permanente entre el día y la noche.

Puesta en escena
La puesta en escena de la exposición, que algunos analistas consideran excelente, consigue tensión dramática y lleva a recordar que Magritte era un artista que devoraba libros de suspense y era conocedor, por tanto, de cómo generar desasosiego en el observador, dosificando la información. En este sentido destaca dos piezas claves de la muestra, concebida con el Tate. El asesino amenazado (1927), de las favoritas del director del Albertina, y El dormido temerario (1928). Ambas son oleos sobre lienzos. La primera es un préstamo del MoMA y la segunda, del Tate.

La exposición se dedica a abordar aspectos de la vida del autor y su forma de comunicar artísticamente sus mensajes y la realidad circundante, aspectos que hasta ahora apenas se habían analizado. Para ello recurre a los mismos modelos y objetos, al erotismo y al encubrimiento-descubrimiento, a los puntos de rotura visuales y al erotismo. Sus tempranos trabajos publicitarios y en carteles, aspectos artísticos que nunca abandonó, y la inspiración que obtuvo de la cultura pop, son temas que se han abordado pocas veces en las exposiciones dedicadas a Magritte. Apoyan la exposición también cortos cinematográficos realizados de forma caprichosa, pinturas de familiares y amigos, con las que con frecuencia hizo collages, sin separarse de su típico elemento del absurdo.

El Albertina completa con este despliegue de Magritte la gran oferta cultural de calidad de este otoño en Viena con la exposición de Fernando Botero en el Kunstforum, de Gustav Klimt y Josef Hoffmann en el museo del palacio Belvedere, Egon Schiele y Hermann Nitsch en el Leopold y Los cuentos de invierno- que cuenta hasta con un boceto de Francisco de Goya- en el Kunsthistorisches Museum.


 'El durmiente imprudente' / 'The Reckless Sleeper', 1928. Tate © Charly HERSCOVICI Brussels - VBK Wien.

Representación / 'La Representation', 1937. Scottish National Gallery of Modern Art © Charly HERSCOVICI Brussels - © VBK Wien.

 El futuro de las estatuas / 'The Future of Statues', 1937. Tate © Charly HERSCOVICI Brussels - © VBK Wien.

     La anunciación / 'The Annunciation', 1930. Tate © Charly HERSCOVICI Brussels - © VBK Wien.


El espejo mágico / 'Le Miroir Magique', 1929. Scottish National Gallery of Modern Art © Charly HERSCOVICI Brussels - © VBK Wien. 


Gloria Torrijos / Viena
El País
http://www.elpais.com/articulo/cultura/principio/placer/Rene/Magritte/elpepucul/20111109elpepucul_3/Tes



miércoles, 9 de noviembre de 2011

Da Vinci en Londres / Vídeo


Leonardo da Vinci: la exposición en Londres en imágenes 
Aquí están las primeras imágenes de la exposición "A la luz de Leonardo da Vinci", en la Galería Nacional de Londres.

Se centra en la carrera del maestro en la corte de Milán. En los años 1480 y 1490 cuando estuvo al servicio del duque Ludovico Sforza.

Casi todas sus pinturas de esta época han sobrevivido y están expuestas. Entre ellas: el músico (de Milán), Jerome (Roma), La dama del armiño (Cracovia), La Belle Ferronnière (Louvre) y la versión recientemente restaurada de la Virgen de las rocas que pertenecen a la National Gallery. No tiene precedentes en su ejecución, esta última obra se acerca más a la versión del Louvre.

Con respecto a los dibujos, más de cincuenta obras mencionadas están vinculadas. Y otros, de París, Florencia, Venecia y Nueva York, son todos los trabajos preparatorios en relación con la Última Cena y el préstamo de Madonna Litta del museo Hermitage de San Petersburgo.

Eric-Rivierre Biétry
Le Figaro

lunes, 7 de noviembre de 2011

Dibujos de Matisse en su pueblo natal


Para Henri Matisse (Cateau-Cambrésis, 1869 - Niza, 1954), sus dibujos eran obras de arte a parte entera, de la misma forma que sus lienzos. El Museo departamental Henri Matisse de su ciudad nativa, en el norte de Francia, agrupa por primera vez el grueso de su obra dibujada, desde los primeros esbozos y retratos de principios de siglo, hasta sus dibujos más monumentales, en un viaje marcado por la búsqueda minimalista por la perfección. La muestra reúne un total de 137 obras, de las cuales unas 90 nunca se han mostrado al público.
                   
                        La exposición estará abierta al público hasta el 19 de febrero.


Matisse empieza a dibujar en las calles del París de los años 1900 con el pintor Albert Marquet, aprendiendo a captar el movimiento, y desde 1946 se centra en los dibujos realizados con pincel y tinta china. Del año siguiente es el dibujo de esta imagen, 'Jacqui'.

 
 Este es uno de los primeros dibujos del pintor francés, fechado en 1900.


Grandes dimensiones. A partir de 1948, Matisse empieza a realizar dibujos de grandes dimensiones, como los de la capilla dominicana San Rosario de Vence, en el sureste de Francia, donde se ocupó de todos los detalles decorativos, incluido el gigante retrato de Santo Domingo y la escena del Camino de la Cruz de Jesús Cristo.


El movimiento de los acróbatas. La serie de los acróbatas, de la que este dibujo forma parte, es una de las más conocidas del pintor francés, por su capacidad de representar el movimiento.



El rostro en una señal. Bastaba "con una señal para evocar el rostro", explicaba Matisse sobre la serie de retratos que empieza a dibujar a partir de 1946. En esta imagen, 'Retrato de la mujer Wanda'.
Ana Teruel / París
El País.com
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Matisse/dibujante/elpepucul/20111107elpepucul_6/Tes